14/10/2025

FRANCISCO: UN ADIÓS MARCADO POR EL VIENTO Y LA FRATERNIDAD

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Vaticano.- El Vaticano fue testigo de una despedida que quedará grabada en la memoria colectiva. Bajo un cielo despejado, el féretro de madera de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, descansaba en el atrio de la Plaza de San Pedro mientras el viento pasaba lentamente las páginas del Evangelio, en una escena que evocó la partida de Karol Wojtyła hace dos décadas.

El último adiós al Pontífice se convirtió en una jornada de profunda oración y unidad. Miles de fieles acudieron para acompañarlo en su último viaje terrenal, junto con líderes mundiales y jóvenes que habían programado su viaje para el Jubileo de los adolescentes. También se reunieron representantes de distintas religiones y confesiones cristianas, unidos en respeto y gratitud hacia un Papa que dedicó su vida a predicar la fraternidad y la paz, incluso desde su lecho de hospital.

Durante la homilía, el cardenal Giovanni Battista Re destacó el legado de Francisco: una Iglesia de puertas abiertas, accesible para todos, especialmente para los más humildes y marginados. «Todos, todos», había repetido el Pontífice en la Jornada Mundial de la Juventud, insistiendo en que nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios, quien siempre espera con los brazos abiertos.

Uno de los momentos más emotivos de la ceremonia fue el reconocimiento a su incansable lucha por la paz. «La guerra solo deja al mundo peor de lo que estaba antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos», recordó Re en un pasaje que resonó entre los asistentes, quienes respondieron con aplausos.

Antes de que iniciara el ritual, los presidentes de Estados Unidos y Ucrania sostuvieron un breve encuentro. En el ambiente quedó la esperanza de que, como último acto inspirado por el Sucesor de Pedro, se pudiera abrir un camino hacia el diálogo y la reconciliación.

Así concluyó la despedida de Francisco, un Papa que marcó su tiempo con gestos de inclusión, palabras de paz y una misión inquebrantable por la justicia. Un adiós en el que el Evangelio permaneció abierto, acariciado por el viento y el recuerdo imborrable de su legado.

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